lunes, 7 de mayo de 2012

Para mí, descafeinado, por favor

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He seguido con atención varios artículos publicados en torno a un tópico que no por reciente es nuevo, ni por conocido, fácil de digerir:

* ¿Gusta café? (por Haroldo Dilla Alfonso el 30/04/2012 y donde afirma que no existe la menor intención del Gobierno cubano de ver a los emigrados como ciudadanos con derechos),

* Nosotros ponemos el CAFÉ (por María Isabel Alfonso el 03/05/2012 y como réplica al artículo "¿Gusta Café?" de arriba),

* Café plattista: hasta el último bushito (por Arnaldo M. Fernández el 04/05/2012, donde resume que el quid de la identidad dañada no radica en el exilio, sino en Cuba),

* y CAFÉ y la bipolaridad política (por Haroldo Dilla Alfonso el 07/05/2012 y como réplica a la réplica "Nosotros ponemos el CAFÉ").

Mi lectura de todos ellos tiene que ver con mi experiencia directa después de haber nacido y vivido en Cuba durante 30 años, después de haber emigrado a otro país por falta de perspectivas en el propio, después de haber abierto los ojos y decidido no hacerle más el juego a la dictadura con mi silencio, y después de haber sido castigada por esto último con la prohibición de entrar a Cuba otra vez, por mi activismo en las redes sociales.

A los de la izquierda de "por ahí" y a los que se hacen de ella les podrán (y ellos a otros) hacer un cuento de la situación en Cuba, pero a mí no. A mí ya no me engaña el desgobierno cubano con su propaganda gastada.

Por eso leí el primer artículo de Haroldo Dilla Alfonso como quien sabe rotundamente, desde el propio subtítulo, que claro que el (des)Gobierno cubano no tiene la menor intención de vernos a los emigrados como ciudadanos con derechos sino como bastón conveniente para mantenerse en el poder.

Después vino el artículo de María Isabel Alfonso. Si me pidieran definirlo en dos palabras, respondería "curva sinusoidal". No ahorró párrafo ni adjetivos para poner en la cima a los buenos de la película, a los de CAFE, y en la sima, a los malos, a Haroldo Dilla Alfonso y a otros personajes, a quienes juntó en un mismo saco. El artículo de María Isabel Alfonso me recordó muchísimo el discurso oficial, que bien conozco, por cierto (lea párrafo después de lista de artículos anterior, si lo pasó por alto).

Más tarde vino el artículo de Arnaldo M. Fernández. Tajante. Cuando lo terminé de leer me dije "y sí, te seguimos buscando, Patria".

Finalmente (por ahora, porque la madeja no parece tener desenredo), leí el segundo artículo de Haroldo Dilla Alfonso, la réplica a la réplica, con puntos sobre las íes donde los omitió "rumiantemente" (el verbo lo puso Haroldo) María Isabel Alfonso (¿serán familia?) en el suyo.

Evidentemente, (repito, según mi experiencia personal en mi aún corta vida de más de cuatro décadas, tres de ellas vividas en Cuba) a CAFE no le han hecho todos los cuentos, o no quiere oirlos, o los conoce y prefiere evitarlos, o se le olvidaron. O le conviene cualquier conjunción de estas variantes.

La dictadura militar que desgobierna Cuba (no se sonroje: al pan, pan, y a una dictadura militar, dictadura militar) y quienes permiten que sobreviva no van a ceder todo lo que han ganado (¿ganado?) hasta ahora. Para eso han ahogado, durante medio siglo, todo vestigio de ente material que los ponga en duda o los enfrente.

CAFE me parece que se va por el choque de tazas olvidando quiénes no toman una taza del néctar negro puro desde hace décadas. Yo no vivo en los Estados Unidos. Vivo en Alemania y en mi pasaporte alemán dice que puedo viajar a todos los países, sin excepción. Es el desgobierno de Cuba el que no me deja entrar a la isla. Ni a mí ni a miles de cubanos más. El Gobierno alemán no pone trabas a las cuantías de los envíos de dinero a Cuba, ni de cubanos ni de alemanes. Tampoco exige escandalosos precios migratorios ni humillantes cartas de invitación ni aberrantes permisos de salida a sus ciudadanos para visitar otro país, como hace el (des)gobierno de Cuba con los suyos. Además, no les impide viajar a la isla ni a sus empresas ni instituciones establecer vínculos comerciales, académicos, artísticos ni de otra índole con similares allí. Me consta, sin embargo, que es el (des)Gobierno cubano, a través de sus misiones diplomáticas en el extranjero y de sus "apuntaladores" en la isla, quien obstaculiza, impide y desestima vínculos que no respondan a sus intereses concretos: varias veces he sido testigo directo de visitas de coterráneos "de cierto nivel hacia arriba" a instituciones educativas en Alemania, donde explícitamente cabildean, lloriquean y hasta piden limosna con escopeta para garantizar viajecitos, becas y facilidades para quienes ellos desean y no para quienes se lo merecen, o son mejores, o simplemente los sobrepasan en talento.

Por eso me ha gustado el artículo:

* Y sin 'embargo', ¿qué sería? (por Miriam Celaya el 07/05/2012, donde la autora se cuestiona que las fuerzas anti-embargo aumenten al margen de las verdaderas consecuencias para la gente en Cuba).

Más claro, ni el agua. Los dejo con una perla, lean más donde el enlace:

Ciertamente, el embargo es una política fracasada y anacrónica, uno de cuyos males fundamentales ha sido ofrecer la justificación idónea al Gobierno cubano para desmontar la sociedad civil y sofocar todo atisbo de inconformidad o civismo. Pero todo cambio extremo entraña riesgos, y el costo político y social de una promesa económica puede resultar extremadamente alto. Hoy los cubanos están más desamparados y huérfanos de derechos que 50 años atrás, y no ocupan lugar alguno en la lista de prioridades de los artífices del viejo conflicto ni de los nuevos conciliadores.
Más aún, las alianzas y cabildeos se están urdiendo entre bambalinas, justamente entre aquellos que no más ayer eran enemigos acérrimos: el Gobierno totalitario, la Iglesia Católica y un sector de empresarios de la diáspora, otrora siquitrillados y despojados por este mismo Gobierno.
Los cubanos de acá no estamos invitados al ágape.

Para terminar, no me gusta el café. El aroma es exquisito, lo reconozco, y cuando tuestan las semillas, aspiro profundo, como encantada. Pero no tomo café: ni tengo costumbre ni me gusta. Sin embargo, le echo a la leche un chorrito, muy ocasionalmente al año, para saborearla con galletas.

Al café de CAFE le falta leche, mucha leche. Y galletas. El que ofrecen, me deja con dudas. Me pasa como con el agua'e'churre que hacen los alemanes: yo les digo, entre risas, no, no, para mí, descafeinado, por favor.

(Foto: mía)
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