Anoche, como en cada víspera de año nuevo, al cielo berlinés no le cupo un fuego artificial más. Por más que pase el tiempo y mi "adaptación" a este país se consolide, yo no dejo de pensar en similares momentos mientras viví en Cuba durante 30 años. Similares únicamente por lo del cambio de año, que conste. El caso es que siempre me quedo pegada a la ventana de ocasión, admirando las chispas de colores aquí y allá... Solamente para la Silvesterparty del 2012 los alemanes compraron petardos y fuegos artificiales por 115 millones de Euros. ¡115 millones de Euros! Justo en la acera del frente el espectáculo no fue menos suntuoso que el de la Puerta de Brandeburgo. Los chiquillos y nosotros no nos perdimos ni un detalle. El de aquella duró 10 minutos. El de la casa, más de 2 horas.
La fiesta en la famosa Puerta de la capital germana acogió a más de un millón de personas. Sólo con motivo de fin de año Berlín recibió a más de 2 millones y medio de turistas. En la radio comentaban hace un par de días que no quedaba habitación que no hubiera sido reservada. Berlín lleno, repleto, como cada año por estas fechas y otras...
A la acera de enfrente, no, pero a la milla festiva del corazón de Berlín ya no le queda ni una basurita. Eso leo temprano en Der Spiegel, de donde tomé prestada la foto. Más de 600 empleados barrieron hasta la última colilla de cigarro antes de que amaneciera. También no menos bomberos estuvieron apagando chispas atrevidas durante la noche.
La fiesta nacional comenzó temprano en varios canales de televisión y en diferentes ciudades. La Merkel y el Presidente Alemán, Gauck, se dirigieron a la nación los minutos que cada cual dedica, con motivo de Navidad y Año Nuevo, a su minúsculo discurso televisado. Y yo cada vez me alegro infinitamente de que éstos no duren más que eso: ¡escasos minutos!
Me alegro, también infinitamente, de la ausencia total de consignas partidistas o patrióticas en las cadenas televisivas y radiales, en las fiestas donde celebran millones de alemanes y turistas a la vez, algo que siempre me hace recordar la fecha cubana con una mueca. Me alegro, infinitamente, de poder escoger, libremente, si comprar o no, con mi salario, los fuegos artificiales para tirarlos yo misma a las doce de la noche o si mirar por la ventana lo que hacen otros; de poder gritar en plena calle lo mismo feliz año nuevo que algo en contra de la Merkel o Gauck, si se me ocurriera; de saber que la gente puede elegir a otros dirigentes del país en las próximas elecciones federales del 2013, si la gestión de los actuales no es satisfactoria.
Ni lo uno ni lo otro era, ni es aún, posible en Cuba. Me alegro, infinitamente, de no tener que relacionar una fiesta internacional y una tradición popular a los caprichos de poder de unos viejos chochos temerosos y de otros, también temerosos, que se les inclinan y mencionan hasta el hartazgo no sólo en la noche del 31 de diciembre, como ocurre en Cuba. ¡Me alegro, infinitamente, de haber dejado todo eso atrás! ¡Me alegro, infinitamente, de mis alegrías y libertades con cada cambio de año!
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