
A mi lado iban y venían los alemanes y las alemanas con los carritos cargados de tantos envases de colores diversos, que al salir yo me sabía una poca cosa con mi jabita con dos plátanos de fruta y dos tomates para la comida. Tuve que expiar lo que hacía una señora no muy lejos de donde yo estaba parada, para ver cómo ella escogía dos rabanitos y los metía en una jabita de nylon, los pesaba y los echaba en su carrito de comprar. Dos rabanitos? pero si yo estoy acostumbrada a comprar en cantidades! Aunque bueno, por qué no escoger dos plátanos y dos tomates (y no una mano de plátanos y una jaba de tomates) y así tener motivos para venir más seguido por este hermoso lugar?
Los estantes de las frutas y los vegetales eran un sueño, parecían sacados de una foto.... Todos tan lindos, tan grandes, sin una manchita, y menos aun un granito de tierra. "Qué equipos y fábricas tan inmensas y automatizadas deben tener esta gente!", pensaba yo.
Traté de seguir con la vista, y con los pasos, lo que hacían los demás, y al poco rato estaba en la caja pagando mi compra. Todo el viaje de regreso a la casa pensaba en los surtidos estantes y en los interminables pasillos que descubriría al día siguiente... Si hacía frío no me enteré en el recorrido; sólo noté los dedos entumidos cuando fui a buscar la llave para abrir la puerta de entrada.
Llegada la noche preparé mi comida, piqué, con pena, los dos hermosos tomates (yo los hubiera dejado de adorno) y puse la mesa, plátanos incluidos.
Qué decepción al probar la masa roja, jugosa, de mis dos hermosos vegetales! No sabían a nada! Tampoco los plátanos! Más sabrosos son los que se dan en el patio de mi casa (de la casa de mis padres) en Cuba!
Unos años después fui de vacaciones al país donde mejor se dan los tomates y los plátanos... Al verlos, qué feos y chiquitos los encontré... Al probarlos, cuánto añoré los que comía en Berlín!
Los desarraigos del sentido del gusto pasaron por mí sin yo pasar por ellos.