Por estos días recordaba con añoranza la primera vez en mi vida que vi unas bolas de cristal para adornar un árbol navideño. Cuando aquello tenía unos 6 años y el esposo de mi abuela materna, que se divertía haciéndome cuentos e historias fantásticas, escondía unas tres de ellas en una caja, bajo motas de algodón, para darle unos toques mágicos y hacer aparecer, en la esquina donde yo creía se escondía la bola roja, una amarilla dorada que precedía a mi asombro infantil. Nunca supe que eran adornos navideños. Para mí fueron siempre bolas mágicas que, quién sabe cuándo, desaparecieron de su caja y de mi vida en Cuba.
Nunca más vi bolas de cristal de ese tipo sino unos 30 años después, en Caracas, cuando visitara Venezuela a finales de 1996. Mis diálogos eran raquíticos en cuanto a temas sobre Navidades, por eso prefería callar y oir los de los colegas y amigos venezolanos que me rodeaban... Por aquellas fechas supe lo que era una fiesta navideña en familia, probé y vi hacer deliciosas hayacas , vi por primera vez un Nacimiento, admiré contenta los primeros árboles de Navidad en casas de amigos y en plazas públicas, así como también recordé, en silencio, los toques de magia del abuelo en cada adorno de cristal que aparecía ante mi vista.
Pocos años después recibía yo mi primer regalo de Navidad, en Cuba, a unos pocos de comprar los primeros, para mis hijos. Para qué les voy a esconder que mi esposo y yo compramos juguetes como si fueran para nosotros mismos, ante la ausencia permanente de tales objetos infantiles cuando éramos niños ambos. Y tampoco les voy a negar que sufría con cada papel de regalo que rasgaban mis pequeños, acostumbrada a guardar siempre, en Cuba, hasta el más mínimo pedazo de colores para otro regalo futuro en que pudiera usarlo, previo cuidado de no doblarlo más de lo que ya estaba...
Ya no, ya me divierto y disfruto la rapidez con que manitas pequeñas, ávidas de sorpresas, rompen, riegan por el piso, lanzan al aire papeles que envuelven sus sueños y deseos. Y barro más tarde lo que quedó de las Navidades a la vez que pienso en lo efectivo que pudieron haber sido unos pases mágicos del abuelo, no para desaparecer bolitas de colores sumergidas en algodón sino para desaparecer de la isla caribeña a los que nos extirparon tantas preciosas tradiciones. Quizá sí, quizá hubiera funcionado si muchos se lo hubieran propuesto...
0 comentarios:
Publicar un comentario