¡Qué bellas orquídeas me encontré hace dos días en la oficina del trabajo! ¿Cumpleaños? No, descartado. ¿Soborno de algún estudiante? No, descartado. ¿Enamorado anónimo? No, descartado (o que yo sepa). Mira que me pregunté mientras me acercaba al buró... Pero nada: silencio por respuesta aún cuando descubrí unas orquídeas similares encima de la mesa de mi colega de oficina. ¿Para él y para mí? ¿Para ambos? ¿Hoy? ¿Qué día es hoy? Limbo total.
Qué grata sorpresa cuando levanté la maceta y pude leer la hoja sobre la que descansaba. Eran unas felicitaciones firmadas por el decano con motivo de un aniversario redondo de la institución que dirige y de la que mi colega y yo formamos parte.
Una maceta de orquídeas, donada por empresas alemanas y con el apoyo de una organización dirigida por profesores, para cada uno de los trabajadores y con dedicatoria del decano. Por eso una también para mi colega... ¡Qué detalle! No han faltado los detalles todos estos años, debo reconocer.
Poco después tocan a la puerta, cuando daba una clase, y ¿quién era? Sí, el mismísimo decano. "Permítame interrumpir", me dijo. "Pase, cómo no", le respondí. Traía dos cartuchos con chucherías para cada uno de los estudiantes. Se dirigió a ellos brevemente y, con la misma, se despidió. Yo le agradecí las flores. Y ahí aproveché e hice la pausa de 15 minutos.
En la pausa no pude evitar recordar al director del centro donde trabajé en La Habana, antes de venir para Alemania. En una oportunidad, comentando la posibilidad de crecer en un nuevo trabajador, me dice: "¡A ver si traemos ahora a un machito, ¿eh?!". En el grupo que yo dirigía éramos tres mujeres.
El tema no tenía que ver exactamente con las flores que me había encontrado un par de horas antes, lo sabía, pero esa fue la asociación inmediata. "Cuántas diferencias...", me dije.
Las orquídeas las llevé para la casa y mi hija me pidió ponerlas en su buró. Allí estarán muy bien cuidadas. Vean si no la foto.
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