martes, 27 de noviembre de 2007

La Oficina de Extranjería

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La Oficina de Extranjería es el último lugar del mundo que deseo visitar. Sin embargo, he tenido que ir por ella al menos una vez al año. Incluso para profesionales altamente calificados (como creo que soy con un doctorado en ciencias en el bolsillo, estudiado en este país) es una angustia poner un pie allí. La media hora que demora el empleado de turno en hacerle a una las preguntas esperadas y las no esperadas, en revisar los papeles y en acuñar finalmente el tipo de Visa que considere adecuado, es la media hora más larga e incómoda que una pueda imaginar. Me deprimo mucho cuando voy.

En esa oficina impera la filosofía del no. Muy rara vez le responden a una alguna pregunta cortésmente. Sonrisas allí no tienen nada que buscar. “No es no. Averígüelo en otra parte. Aquí no estamos para aclarar dudas”. Así me dijeron una vez, en voz alta además... pensarían que como no hablaba bien el Alemán pues que era sorda o algo por el estilo. “Yo oigo bien, señor, lo que sucede es que no hablo su Alemán como usted”, me dieron ganas de decirle, pero bueno, mi Alemán no llegaba a tanto en aquel entonces.

Hoy tuve algo de suerte pues nos trataron muy bien, o mejor dicho, no nos trataron mal. Me sentí persona. Además, las paredes estaban acabadas de pintar, algo que de verdad me extrañó después de tantos años.

Por más que lo intento no puedo desarraigar la repulsión a tener que ir a extender mi Visa.
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lunes, 26 de noviembre de 2007

El otoño

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El otoño es precioso en estas latitudes. Los cálidos tonos cromáticos de las hojas de los árboles invitan a tirar fotos a toda hora. Qué hermoso el sendero que hace camino a donde vivo. Qué bello se ve el patio interior de mi edificio desde las ventanas que dan al este de Berlín.

Con la llegada del invierno las hojitas empiezan a caer silenciosa, lentamente, dibujando arabescos, pirouettes y pas de deux en su descenso. Las aceras se colorean de naranja, rojo, amarillo, y los niños juegan a coleccionar semillitas y hojas diversas.

A veces llueve, a veces hay ventiscas, a veces hace frío, a veces todo está en calma, a veces el día es tremendamente hermoso.

En Cuba no hay otoños así tan coloridos. Yo extraño no obstante el verde-rojo constante de los marpacíficos del jardín. Ya me olvidé de la forma de las hojas. Los pinochitos en la nariz siguen siendo un dulce recuerdo infantil.
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Los bichos

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Cómo extraño los bichos... Las cucarachas no, vale la aclaración.

En Cuba nunca les presté mucha atención. Siempre vivieron en algún hueco, árbol o rincón y con frecuencia eran despojados de sus nidos para comodidad nuestra.

Cuando chiquita cazaba yo misma las lagartijas. Mi hermano hasta se las colgaba de las orejas. A las hormigas las observé con mucha paciencia. Cuidado con las mariquitas, que se te meten en los oídos!

Ahora los extraño a todos. Por el clima frío donde vivo ya no los veo a menudo. Es un lujo tener un bicho de esos en casa. Lagartijas? Esas cuestan 25 Euros en la tienda de animales más cercana!

Mi hija brinca de alegría cuando ve una arañita. Saluda todos los días la de la esquinita en el techo. Qué horror!, tener una telaraña en casa para que ella conozca los bichos! No me dí cuenta de que se estaban desarraigando lentamente de mi memoria hasta que empecé a extrañarlos.
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domingo, 25 de noviembre de 2007

Regresar no está hecho para corazones blandos

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Muchas veces me sorprendo imaginando un regreso al país donde nací. Desde que preparo las maletas, me monto en el avión y paso por la Aduana al llegar, hasta que el Lada viejo de mi padre entra a la casa y yo me bajo del mismo...

Las maletas son el primer problema. Una no duerme pensando en qué llevar, qué está de más, qué falta, cuánto me van a cobrar por el sobrepeso (aquí y allá). Por ahora no puedo ir; ejercicio suficiente preparando maletas lo he tenido con mis padres y mis suegros cuando nos han visitado.

Montarse en el avión no es gran cosa, ni chequear las maletas ni acomodar el equipaje de mano en los compartimientos encima de nuestras cabezas, tampoco. Siempre me pregunto cuán seguros son los cierres de los mismos. Ya una vez vi cómo uno se abrió y dejó caer su contenido en un asiento vacío.

La Aduana, las miradas, las preguntas, las explicaciones, los rayos x, las próximas preguntas, las próximas explicaciones, la estera, la puerta de salida, las mesas antes de la puerta de salida, las otras preguntas, las otras explicaciones, al fin la puerta de salida... Uffffff, ya he pasado por eso varias veces, no sólo al llegar a Alemania, con una Visa para prácticamente toda la Comunidad Europea, sino también para regresar a mi país, con una visa para esa única isla, siendo ciudadana de la misma...

Van a hacer cinco años que no puedo ir. Hay quien lleva mucho más pero los míos son los míos. El corazón empieza a acelerarse cuando voy llegando al barrio, cuando me bajo del Lada, cuando entro a mi casa (mi casa? para mis padres y para mí, sí), cuando saludo a mis perritas, cuando abrazo a mi hermano, cuando me tiro en el frío piso de granito de la sala, bocaarriba, para estar más cerca del lugar donde viví mi infancia y mi juventud, cuando toco y veo de cerca que no sólo las personas envejecen: la casa, la ciudad, Cuba también.

Es difícil no evitar desarraigos provocados... A dónde pertenezco entonces?
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Poemas del desarraigo

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Así titula Ivis un conjunto de siete poemas publicados en su blog Memorias de una cubanita que emigró con el siglo, el 28 de julio de este año. De haberme visitado a mí su musa no los hubiera escrito mejor, aunque comparta como ella esos y otros sentimientos tan encontrados. Te felicito.

Gracias, Ivis, por permitirme reproducirlos en esta entrada.


Destierro

¿Cómo podrías entender lo que siento
si no escuchas la lágrima que cae
de mi ojo al universo?

¿Acaso has llorado alguna vez
por un pedazo de tierra?



Poder estar dormida

Los cubanitos duermen y se quejan
de que por esta causa
no pueden asistir
al feroz espectáculo de la vida.

Que se pasan los años
entre arroz y frijoles
y colas para todo.

Y yo que en teoría
ya puedo estar despierta
y sonrojarme con recato
o reír con alevosía,
daría cualquier cosa por
poder estar dormida.



Cuba

Cuba me aparece en la distancia
más presente que nunca, más futuro
todos queremos verla, todos
nos preocupamos por su estado,
por su mala salud de viejecita.

Sabemos que la vida en Cuba puja
por salir a la luz.
Hay vida en mi planeta Cuba
vida latente, más vida que nunca
vida microscópica en un caldo
rancio y pobre, plagado de miserias.
Hay más vida en mi isla que en cualquier
aséptico país del primer mundo.

Amo a Cuba desde la lejanía
no es posible quererla de otro modo.
Cuba me hace llorar, nos ha expulsado
sin saber que se iba con nosotros.

Me hurgo en los bolsillos y la encuentro
no me deja de noche ni de día.

Cuba es mi sangre y mi familia toda.



Tierra-madre

Quienes viven aquí intentando amarse
y escriben poesía, son fantasmas.

Aquí la poesía sabe a mierda,
lo digo sin tapujos, sin consuelo.

Tan bien que sabe allá una decimita
pero qué amargo sabe todo el resto.

Aquí el café es muy bueno, y el pan, y el vino.
por eso me emborracho y me atiborro
de cosas que me nublan el recuerdo
para no verte a ti, madre querida,
para no sospechar que pasa el tiempo
y me olvido de mí y de tí completa.

Me olvido de que un día fui sincera:
ahora me maquillo en las mañanas,
como autómata, salgo a la rutina.

Y te beso en la sien, para borrarte
y me lavo los dientes, y te olvido.


Pobres

Quiero saber por qué
llevo la tristeza pintada en el rostro.
Tengo miedo de actuar, de decir las cosas, de herir…
A mí me hieren
Me hieren sin querer y queriendo
Y no hago nada.

Mi madre está muerta
de tristeza.
Todos estamos tristes
porque estamos
lejos de nuestro terruño,
nuestra casa.

Y los que están allá
están peor:
muertos entre rejas,
en la miseria,
odiando inevitablemente
esas torturas cotidianas
el pan diario
sin grasa y sin pan…

Pobres amigos,
pobres y grandes amigos,
pobres personas,
desilusionadas
a quienes no nos queda ya
en qué creer.



En la distancia

En la distancia mi familia se ve perfecta
en la distancia.
Todos me quieren, todos me lloran
en la distancia.

Los niños sonríen al lente y muestran sus juguetes,
los juguetes que yo misma les compré.

Las cartas sólo hablan bondades,
las cartas vienen perfumadas con aroma de arroz y de café.

Mi abuela se aprende mi nombre, ya no me confunde
en la distancia.

Mis tías se afilan los dientes
y envían sus medidas en un sobre de papel.

Mi abuelo desde el otro mundo sonríe a la cámara con sus dientes falsos
sonríe con una sonrisa que lo sabe todo desde su vejez.

Mi padre respira aliviado, ya no lo molesto
en la distancia.
Mi madre levanta el teléfono y al ver que soy yo comienza a llorar.

Mi madre tiene una lágrima siempre dispuesta a salir de su ojo
basta que suene el teléfono y suene el pito de larga distancia.
Mi vieja se traga la lágrima cuando yo le ladro en el auricular.
Y cuelga el teléfono triste, pero ya ha empezado la telenovela,
se sienta y olvida sus penas llorando las penas de los demás.

Mi perro ha olvidado mi esencia, ya no me recuerda
en la distancia.
Quizás una perra que vive al doblar ha captado toda su atención.

Mis amigos celebran igual que hacíamos antes
en la distancia.
Tal vez en medio de una fiesta aparezca mi nombre en la conversación.

Y yo desde el sueño dorado lloro sin que sepan
en la distancia.
Y escribo, y escribo y escribo como un buen conjuro
contra el olvido y la depresión.



A mi gente

Yo era como ustedes,
reía y caminaba como ustedes,
me pintaba las uñas y pedía
botella en las esquinas.

Creía ciegamente
que nuestro vino amargo,
nuestra caña de azúcar,
los habanos
(que aunque no soportaba por su olor
siempre sacaba en cajas clandestinas)
eran lo más sublime de esta tierra.

Me sabía el manual del buen cubano:
que si las playas, que si los paisajes,
que no había verdor como el de Cuba
ni arenas como las de Varadero,
y por supuesto estaba convencida
de que mi educación era la máxima
y que no había médicos competentes
ni hospitales tan buenos
como los de mi Cuba.

Con ese presupuesto,
sintiéndome orgullosa y millonaria
me alejé de mi centro
a una distancia donde no veía
el Malecón, el Morro, el Capitolio,
todo el anecdotario nacional,
ese muro invisible que no deja
mirar al horizonte.

Desde aquella distancia
Cuba era un punto minúsculo en el mapa,
una noticia al mes,
unas ofertas
de hotel con desayuno
y caras de mulatas sonrientes
bajo los cocoteros.

Tengo que confesar que me dolía
renunciar a mi esencia, a esos esquemas
que, poco a poco, fueron pareciendo
ingenuos, desfasados, fantasmales,
lejanos en el tiempo
y acaso ensoñaciones.

¿Qué hacer con mis nostalgias de boleros
y actos de patriotismo?
¿Cómo circunscribir tanta entropía
a un medio frío y austero?

La indigestión duró casi un quinquenio
en el que cometí varios dislates:
me aficioné a la música local
y puse en un altar a Silvio y Pablo
junto a David Calzado y los Van Van.

Con gusto sospechoso
creyendo que al hacerlo me llevaba
un pedazo de isla
adquirí souvenires de la feria:
(negritas con tabacos, tumbadoras,
maracas y bohíos con palmeras)
y decoré mi casa con aquellos
sucedáneos de arte nacional.

Me empeñé en cocinar arroz, frijoles
y esos tamales que nunca cuajaron.
Mi casa fue embajada y yo activista
de aquel estereotipo de supuesta
cubanía.

Pero nada es eterno como dicen
y a mí me fue picando poco a poco
el bicho venenoso de la duda.
Y comenzaron las comparaciones
en las que, hay que decirlo,
mi pequeña isla amada
quedaba en evidencia
o al menos en incómodo silencio.

Quizás fueron el tiempo y la distancia
que todo lo destruyen,
quizás fue poco a poco darme cuenta
de que sin mi moneda y mis regalos
mi familia apenas sobrevivía.
De que las teorías leninistas
no daban de comer, y para colmo
estaban desfasadas.

Y por más que quería conservar
esa idea romántica del pueblo
generoso y desinteresado,
solidario e internacionalista
los hechos se imponían dolorosos:
50 cuc de entrada al aeropuerto,
la cordial bienvenida,
el precio del soborno por dejarme
pasar mis baratijas,
pedacitos de amor empaquetados
con olor a jabón capitalista.
Media familia aquí y la otra parte
desparramada por la geografía.
Pero, ¿quién necesita de familia
si hay dignidad, salud y educación?

El mejor país del mundo reniega de sus hijos,
ese país que un día fue real
ahora vive de recuerdos y esperanzas,
subsiste de remesa familiar,
de ese dinero malo
que gano con sudor y con tristeza.

Si la doble moral alimentara
no haría falta luchar contra el bloqueo,
no harían falta inyecciones de dinero
sucio y capitalista.

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sábado, 24 de noviembre de 2007

cubana + cubano = niños apátridas

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"Es apátrida la persona que, según las leyes nacionales, no tiene el vínculo jurídico de la nacionalidad con ningún Estado. En el artículo 1 de la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas de 1954, se indica que es apátrida toda persona que no sea automáticamente considerada como nacional suyo por ningún Estado, conforme a su legislación."
ACNUR, ¿Cómo sería su vida sin una nacionalidad?

Es cruel pero esta definición es la que se ajusta a mi caso: Mis dos hijos, nacidos en Alemania, hijos de padres cubanos, no pueden tener la nacionalidad Alemana (ni ciudadanía) porque las leyes alemanas no lo estipulan así para el tipo de Visa que tenemos. Aquí vivimos desde hace ocho años.

Lo triste del caso es que tampoco pueden ser cubanos porque para eso tienen que vivir al menos tres meses en Cuba, alejados de sus padres, solicitar la nacionalidad desde allá, cosa que no otorgan en un día, y después someterse a los trámites y procedimientos que todos conocemos (o que ni nos imaginamos) para poder abandonar el país siendo menores de edad, algo nada expedito.

Y una nacionalidad no es sólo un título, una condición, sino que en la práctica se consolida con documentos que la atestiguan (léase pasaporte).
¿Para qué quiere un pasaporte una niña de dos años y medio? ¿Y menos aun un bebé de cuatro meses? Y si fuera uno que les trajera después menos problemas que los que nos han traido a sus padres... pero no va a ser diferente por el momento...

La fórmula que da título a esta entrada no se la deseo a nadie. Cada vez que pienso en ella, en sus orígenes, en sus consecuencias, crece la velocidad de mis desarraigos de forma exponencial.

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