La Oficina de Extranjería es el último lugar del mundo que deseo visitar. Sin embargo, he tenido que ir por ella al menos una vez al año. Incluso para profesionales altamente calificados (como creo que soy con un doctorado en ciencias en el bolsillo, estudiado en este país) es una angustia poner un pie allí. La media hora que demora el empleado de turno en hacerle a una las preguntas esperadas y las no esperadas, en revisar los papeles y en acuñar finalmente el tipo de Visa que considere adecuado, es la media hora más larga e incómoda que una pueda imaginar. Me deprimo mucho cuando voy.
En esa oficina impera la filosofía del no. Muy rara vez le responden a una alguna pregunta cortésmente. Sonrisas allí no tienen nada que buscar. “No es no. Averígüelo en otra parte. Aquí no estamos para aclarar dudas”. Así me dijeron una vez, en voz alta además... pensarían que como no hablaba bien el Alemán pues que era sorda o algo por el estilo. “Yo oigo bien, señor, lo que sucede es que no hablo su Alemán como usted”, me dieron ganas de decirle, pero bueno, mi Alemán no llegaba a tanto en aquel entonces.
Hoy tuve algo de suerte pues nos trataron muy bien, o mejor dicho, no nos trataron mal. Me sentí persona. Además, las paredes estaban acabadas de pintar, algo que de verdad me extrañó después de tantos años.
Por más que lo intento no puedo desarraigar la repulsión a tener que ir a extender mi Visa.
martes, 27 de noviembre de 2007
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2 comentarios:
Fea cosa la burocracia y los burócratas, y si son alemanes, deben ser más estirados, dicen que son muy cuadrados, ¿no?
Un saludo.
Más que cuadrados! Son estrictos cumplidores de todo lo que esté escrito, y en Alemania se dice que lo que no está explícitamente escrito como permitido, pues que está prohibido, contrario a la lógica mundial (así escribe un periodista en la revista de Air Berlin de hace una semana...).
O te acostumbras a los NO, o lo que es lo peor, a decir NO también :(
Saludos, Ivis,
Aguaya Berlín
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