jueves, 14 de enero de 2010

Cuentos que meten miedo

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Cuando yo era una niña era una trajedia tremenda la hora de la comida. Yo nunca quería comerme la mía, a diferencia de mi hermano, y hasta escondía los pedacitos de carne debajo del arroz. Mi mamá, tranquila porque al menos me había comido la proteína, botaba el resto y era ahí donde descubría los cómplices escondites. Mi tía usaba otro método: a veces me amenazaba con el Catatrepo, al que yo imaginaba mitad dragón mitad serpiente, molesto buscando niños que no querían comer.

A unos pequeños, en la oscuridad, los amenazaban con frases como "Ahí viene el Coco", que también usaban los padres cuando sus hijos se portaban mal. A otros, con que las uñas les crecerían rápidamente y se les enterrarían en la arena, donde se quedarían para siempre, si no dejaban que se las cortasen.

Pero a donde han llegado los alemanes no tiene precio... Fíjense en las imágenes de un libro de cuentos muy popular, con clásicos infantiles que le han regalado a mi niña en un cumpleaños y que le leen en el Kindergarten casi a diario a la hora de la siesta:


Konrad se chupa el dedo. La mamá tiene que salir a hacer compras. Antes de cerrar la puerta le dice que no se meta el dedo en la boca, que si no viene El Cortador con una tijera. Sale de la casa, con la misma Konrad se lleva el dedo a la boca y acto seguido entra El Cortador con unas tijeras largas, afiladas, y le corta de cuajo los dedos. Cuando regresa la mamá Konrad no tiene ninguno.


Kaspar era saludable y gordito. Siempre comía muy bien pero un día no quiso probar la sopa. Gritaba "¡No, yo no quiero comer sopa!". Al segundo día hizo lo mismo. Al tercero, también. Empezó a perder peso. Al cuarto día estaba más flaco que un hilo de coser y al quinto murió.


Paulita se quedó un día sola en la casa y quiso jugar con la caja de fósforos. Los gatos le dijeron que mamá y papá le tenían prohibido hacerlo. Ella no hizo caso, encendió una cerilla y se puso a jugar con la llama. Al poco rato el fuego llegó a una mano, después a su pelo, después a su ropa y, aunque los gatos gritaban y pedían ayuda, Paulita se quemó toda. De ella quedaron un montón de cenizas y los zapatos.

Si fueran sólo los textos, pero las imágenes más crudas no pueden estar. Historias terribles por aquí, amenazas y miedos por allá, casi siempre presentes en la educación de los menores. ¿Les parece apropiado? A mí, no... pues hasta a mí me dan pesadillas y meten miedo cuentos así... ¿Cuáles te hacían a ti?
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