sábado, 5 de abril de 2008

Historias de Tania - Capítulo X

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(X)

–Entonces, mi plan es éste –dijo el Migue, ahora de pie ante Tania y Olguita–. Si Óscar me dice que no y me bota de su casa, no será la primera vez que se me caiga un negocio. Pero si bacila, lo convenzo, de eso no les quepa la menor duda. Un dólar para mi socio Tato, que me resolvería los sobres en la oficina del Ministerio donde trabaja su hermana. Dos cañas para mí, por venir a buscar el sobre lleno, poner la cara y recoger el vacío. Y siete para la actriz principal. Con eso se comprará otro blúmer o tanga o lo que le dé la gana, y le quedará algo que será ganancia pura. –Migue se frotó las manos y continuó hablando.– Olguita, mi prima linda, no te dije nada en tu casa por el pesa’o de tu novio. Si quieres te metes pero eso lo dejo a tu consideración. Tania, lo mismo te digo, si quieres me sigues la rima pero si no, no hay lío. Sin embargo, les adelanto que todo lo haré con la más absoluta discreción. De esta boca no saldrá el nombre de ustedes ni aunque me pongan en fila al equipo hawaiiano de nado sincronizado bailando el hula-hula en bikini. ¿Qué me dicen?

–Migue, diez dólares es mucho dinero, yo gano al mes mucho menos que eso... ¿tú estás seguro de que el Óscar ese va a morder el anzuelo? –preguntó Olguita.

–Mira, mi prima, por ahí empiezo. Si trata de negociar, entonces voy bajando a nueve, a ocho, no sé, hasta que nos convenga a todos.

–¿Y tu amigo Tato es de confianza? –siguió interrogando Olguita.

–A decir verdad, no. O mejor dicho, es mi socio pero los nombres de ustedes no quiero que anden después por toda la Habana de boca en boca. Y la de Tato siempre está abierta. Es buen tipo pero habla más de la cuenta. Le inventaré algún pretexto para lo de los sobres, veré qué se me ocurre.

–No me imagino la cara que pondrá el tal Óscar...

–Bueno, mi prima, tú no viste la que puso ese europeo, porque pinta tiene, cuando cogió una tanga en las manos y se la llevó a la nariz. Yo pensé que se había olvidado de nosotros. Por poco se le queda el color de la tanga pegado en la nariz, porque respiró tan profundamente que le duró aquello como un minuto. Trance paradisíaco total, con los ojos cerrados y todo. En ese minuto justamente pensé yo en mi negocio. Ya me había fijado antes: al tipo le sobran los pesos por como se viste y por como tiene decorada la casa. En un barcito de maderas oscuras tenía botellas de marcas que yo nunca había oído ni mencionar. El carro que tiene es un Mercedes negro que le da envidia al embajador más capitalista. Yo no he visto ninguno así por la Habana.

Migue cogió aire y continuó hablando:

–No obstante es un tipo tranquilo. Dice mi socio Tato que no lo ha visto con mujeres y del otro bando no me parece que sea por como se restregó por la cara aquella tanga color salmón. Por eso le inventé un cuento a mi socio Tato y le pedí un sobre. Me dio éste hoy por la mañana. –dijo Migue sacando un sobre veige de su mochila.

–Tania, no has dicho nada, ¿en qué piensas? –le preguntó Olguita a su amiga.

Tania se levantó y se dirigió al baño. Olguita y su primo no pronunciaron palabra alguna cuando vieron que se alejaba. Tania regresó con una tela estrujada entre las manos.

–Migue, si dices mi nombre no te hablo más nunca. Dame acá el sobre ese.

Migue estiró la mano. Olguita siguió muda.

–Aquí tienes uno mío. Si el Óscar ese no lo quiere, ni te molestes en traérmelo de regreso. –dijo Tania y se sentó, esta vez en el sillón de madera viejo en el que veía su tía Mari la televisión.

–¡Decisión femenina! ¡Así me gusta! –exclamó Migue–. Tania, yo te aviso hoy mismo por la noche. En la casa tengo que arreglar una pila de agua que se sale y después tengo que caerle a mi socio Tato por su casa, pero más tarde me le aparezco al Óscar para venderle el negocio. Ya te contaré; confía en mí.

–No tienes por qué apurarte, Migue. Olguita sabe mi teléfono, tú me puedes llamar cuando quieras. Si yo no estuviera, déjale el recado a mi tía y yo te llamo cuando regrese. Pero sólo eso, no le digas más nada a ella.

Tania había ido al baño a buscar el blúmer que tenía puesto antes de bañarse. No quería verlo más y por eso no lo había lavado en el lavamanos, como solía hacer todos los días. Pensaba botar el blúmer, no quería acordarse de la noche en casa de Violento cada vez que viera la prenda de vestir. Por eso lo cogió, lo estrujó como pudo con las dos manos, como el que rompe un origami japonés con el mayor de los rencores y se lo llevó al Migue a la sala. Ella misma fue quien introdujo la prenda de vestir en el sobre veige. Listo: era el primer paso para intentar deshacerse de las detestables escenas de la noche anterior.

Los tres muchachos conversaron un rato más en la sala hasta que Migue se levantó y dijo:

–Tania, mi prima, me tengo que ir que se me hace tarde. Tania, te llamo seguro.

–Yo me voy contigo, mi primo, que hoy me toca limpiar la casa a mí. Tania, mejor te llamo mañana.

Se despidieron los tres. Olguita y Migue salieron de la casa. Dos minutos más tarde sonaba el teléfono: era La Rosa.
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2 comentarios:

GeNeRaCiOn AsErE dijo...

asi que ya empeZO la cosa. candela a donde ira a parar el salmon, caballero?

Aguaya dijo...

:)
... y lo que falta...
:-)

Saludos desde Berlín!!