(IX)
Cuando Tania vio su cara reflejada en el espejo del baño, arqueó las cejas y recordó la fatídica noche anterior en casa de Violento. Se sentía cobarde al no haber forcejeado con Violento para escapar de la posición en que la tenía acorralada. Tenía miedo a la reacción de él y a las malditas dagas doradas que estaban debajo del colchón. Ella había disfrutado tanto cuando hacían el amor minutos antes... Pero, ¿había que terminar así tan adorable comienzo? Tania se sentía sucia, humillada. Lo peor fue la despedida: Violento casi la botó de su casa. No la miró a los ojos cuando ella salió. Tampoco hizo el menor intento por disculparse. Ella entró a esa casa por sus propios pies, sin coacción alguna mediante. Su extrema ingenuidad y el deseo carnal la habían guiado a una violación despiadada, porque de otra forma no podía definir el desagradable incidente. ¿Qué diferencias había entre ser violada por sorpresa y lo que le había sucedido la noche anterior? Las secuelas en su psiquis eran las mismas, o peores, porque ella misma se entregó en bandeja de plata a un violador que hasta ese momento no había ni imaginado que lo fuera. ¿Era un violador?
–Tania, ¿te falta mucho? –interrumpió Olguita tocando en la puerta del baño.
–No, ya voy –respondió Tania con voz cansada.
La ropa que le había preparado su tía Mari estaba en el baño aun, así que se quitó la que tenía puesta, dejó los zapatos a un lado, se acomodó el cabello con una hebilla gris que guardaba en el botiquín de madera, y se metió bajo la ducha, apretando bien los dientes. Esa descarga fría la necesitaba. Diez minutos después Tania y Olguita llegaban a la sala.
–¿Qué tal, Migue, cómo te va?
–Bien, Tania. Precisamente le comentaba a tu tía lo bien que la pasé el jueves en la discoteca del Comodoro. A una amiguita le dieron unas entradas en su trabajo, en pesos cubanos, por supuesto, y fui con ella. Cómo bailé.
–Bueno, muchachos, están en su casa –interrumpió la tía de Tania–. Tengo que ir a la bodega a ver si cojo el azúcar prieta. Está perdida y desde hace unos días quiero hacer un dulce de fruta bomba. Se me van a echar a perder las dos que compré en el agro, con lo caras que me costaron... Iré a preguntar una vez más a la bodeguera.
–¡Entonces nos quedamos hasta que termine de hacer el dulce! –dijo Migue sonriendo.
–Mari, no le haga caso, que, si lo dejan, mi primo se come todo el dulce en un par de segundos y ni usted va a poder probarlo.
La tía Mari de despidió y salió de la casa dejando solos a los tres muchachos.
–Migue, Olguita no quiso decirme nada. ¿Cuál es el negocio que tienes en mente?
–Pues mira, Tania, conocí a un tipo que está forrado en billetes de los verdecitos. Los gasta a una velocidad espantosa y lo mejor es que no alardea de lo que tiene, al contrario. Así que debe tener bastante.
–¿Y qué tú piensas, que nos va a regalar a nosotras alguna cantidad? –preguntó Olguita.
–Nada de regalar –Migue se puso de pie–. Yo quiero proponerle un negocio a él pero para eso quería hablar con ustedes primero. Resulta que el tipo, Óscar, con acento en la “o”, tiene una colección de ropa interior femenina en su cuarto. Bueno, en un armario de su cuarto.
–¿Y cómo tú lo sabes, Migue? –preguntó Tania con picardía.
–La historia puede ser larga pero resumiendo les cuento que Tato, mi socio, lo conocía de antes. De casualidad nos tropezamos con él cuando fuimos al hotel Riviera el otro día. Ellos se saludaron y Tato me presentó a Óscar. Él fue quien nos invitó a su apartamento, en un penthouse que alquila cerca de allí. Entre otras cosas nos habló de lo que le gustan las prendas íntimas de vestir. Le debe faltar un tornillo, porque las tiene separadas hasta por colores. Ahí se me alumbró el bombillo.
–¿Para que te dé algunas y venderlas nosotras? –preguntó Olguita.
–No, déjame terminar –dijo el Migue llevándose las manos a la cintura–. El negocio es el siguiente: yo le propongo venderle tangas, hilos dentales, blúmers siete pisos o lo que él quiera, pero usados. Sí, no me miren así. Usados quiere decir nuevos pero después que se los quiten ustedes al final del día.
Tania y Olguita se miraron y acto seguido reprendieron contra el Migue:
–Migue, parece mentira, ¿quiénes te crees que somos?
–Migue, nunca lo hubiera pensado de un primo mío, mi preferido...
–Fíjate, yo no soy una cualquiera.
–Oye, respétanos un poco, ¿qué te has creído?
–Calma, calma, yo sería incapaz de proponerles algo indecente. Olguita, parece mentira te digo yo, ¿cómo vas a desconfiar de mí? Tania, tú eres la mejor amiga de mi prima del alma. ¡Déjenme terminar!
Migue respiró profundo y soltó, sin pausa, lo que estaba maquinando desde hacía dos días.
–Oiga, Óscar, le propongo un negocio. Le vendo en diez dólares blúmers de esos que usted tiene pero usados por las hembras más bellas de este país, con sus olores, con sus sudores, a solo diez cañas. Si le gustan, le traigo más cuando usted quiera pero con una condición: las muchachas tienen que permanecer en el anonimato. Se huele... pero no se toca. No se va a arrepentir. Va a incrementar su colección en variedad y calidad, porque mejores que esos no los va a encontrar en ningún otro lugar. Se los traigo en sobres sellados. Usted los huele, y si es así que tanto le atraen las ropas íntimas femeninas, como nos hizo saber cuando estuve aquí con mi amigo Tato, pues me paga algo para que esas hermosas criollas se compren otras, se las pongan, y se las hagan llegar a sus manos a través de las mías, si usted quiere seguirlas recibiendo.
Tania y Olguita se miraron otra vez, pero ahora se acomodaron en el sofá de la sala, sin ponerse de acuerdo. Querían seguir oyendo al Migue.