
Sinceramente, nunca viviendo en Cuba me llamaron la atención ni las paredes sucias o despintadas, ni las ropas viejas o rotas, ni los balcones ordenados o llenos de trastos. Pero después de vivir por más de 10 años en otro país ya no puedo decir lo mismo...
Esta foto que les muestro hoy la hice en julio de 2009, a un costado de la sede nacional de la Policía en la Ave. del Puerto habanero. Los detalles que siempre estuvieron ahí, a la vista de todos, la mía incluida, se me revelaron ahora como los eternos críticos de la situación de mi país, una isla donde la gente que las habita, los viste o los limpia (a las paredes, a las ropas y a los balcones) tienen que posponerlos o renunciar a ellos porque el hambre de estómago, por ejemplo, sí que no entiende de conforts como esos.
Sentí pena por los habitantes de ese lugar. Intenté imaginarlos con esas ropas puestas haciendo gestiones por la ciudad, mirando a veces para arriba para evitar que balcones en peores situaciones les cayeran encima.
Y me pregunto entonces: ¿El deterioro casi total al que ha ido arrastrando a Cuba un gobierno que no sabe administrar, tendrá retroceso? ¿Cuán lenta será una posible recuperación? ¿Cuántos años harán falta para ello? Yo, que vivo de los números, no avisoro un límite finito en el tiempo... Sé que me equivoco; quiero ser optimista e imaginarle un futuro prodigioso a ese balcón habanero.