miércoles, 9 de enero de 2008

Ahora que Venezuela está en el bombo... (2)

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[Leer la primera parte]

Decidí no preguntarle a nadie dónde quedaba el estudio fotográfico más cercano sino caminar un poco y averiguarlo yo misma. Ya me había dicho el admirador que se sobraban en un corto espacio de tierra. La manifestación de la calle perpendicular a la que yo caminaba parecía ser interesante (nunca había visto una así) pero yo estaba más apurada que otra cosa.

Efectivamente, tuve que caminar sólo unos veinte metros para encontrar la primera vitrina con fotos de niños, de bodas, de quinceañeras. Saludé, me hicieron las fotos, pagué y me dijeron que regresara en una hora. "Una hora se va enseguida", pensé, y me puse a caminar por la acera contraria hasta llegar a un negocito de ropa interior que ya había visto justo enfrente, a la salida del metro.

Los gritos de los manifestantes, los coros, la turba de gente habían aumentado en volumen y cantidad. Yo empecé a mirar unos ajustadores de encajes de los más diversos colores. De pronto, cuando no habían pasado ni cinco minutos de mi entrada a la tiendecita, se oyeron disparos de ametralladoras, dos, tres, muchos más... y, seguido, gritos de horror. Como si estuviera todo preparado y sincronizado con anterioridad, empezaron los dueños de los negocios a bajar las rejas de las puertas y a botar a la gente para la calle, entre ellos, a mí. Los manifestantes empezaron a correr alejándose de los disparos. Yo no sabía qué hacer. Estaba parada en la acera. Tenía la puerta de la estación a pocos metros pero en dirección a los tiros.

Me entró miedo. Sólo atiné a correr en dirección a la estación... y a los tiros. Todos los demás corrían en sentido contrario, chocando entre sí. Alguien me empujó sin querer. Yo empecé a temblar. No quise correr al revés y meterme en una parte de la ciudad, por no se sabe qué tiempo, sin conocer ni en qué lugar de Caracas me encontraba ni si saldría con vida de allí, pues ya me habían contado lo peligrosos que eran algunos lugares.

Llegué a la estación, bajé por las escaleras eléctricas rehusándome a que me bajaran ellas esta vez, y llegué a la ciudad subterránea con el corazón que se me quería salir del pecho y las rodillas que en cualquier momento tocaban piso de lo enclenques que estaban. Allá abajo nadie se había enterado de lo sucedido en la superficie, todos seguían sus rutinas sin inmutarse. Quise irme de allí pero mis fotos estaban "arriba" y mi carnet sin hacer todavía. En lo que pensé qué hacer pasaron algunos minutos. Yo estaba tan confundida y tan alterada que no conseguí ponerme de acuerdo conmigo misma. Caminé unos metros. ¡La gente allá abajo estaba tan como si nada! Yo quería alertarlos, decirles lo que estaba pasando arriba pero creo que me comí la lengua del nerviosismo.

Miré hacia las escaleras eléctricas: la gente bajaba con la paciencia más natural del mundo. "¿Y de dónde vienen? ¡Pero si yo vengo de allí mismo!". Me acerqué poco a poco. Sí, nada indicaba que minutos antes una guerra había empezado. Otros subían también. Yo los seguí, mirando para todos lados. Deben haberme visto cara de loca... A la salida de la estación, la tranquilidad más absoluta. En la calle donde antes había una manifestación, personas caminando, ya sin gritar.

Miré el reloj. Quedaban cinco minutos para la hora acordada. Fui hasta el estudio, recogí mis fotos, regresé a la estación y toqué la puerta del cubanófilo. Empezó a hablar y a retomar el tema inconcluso. Yo y mi mente estábamos en otro mundo. Estiré la mano cuando me fue a entregar el carnet y me despedí no sé cómo. Salí de allí por donde mismo llegué. Cogí mi metro y me alejé de aquella locura mirando a los que iban conmigo en ese viaje, a los que no sabían por lo que yo había pasado hacía tan sólo unos minutos.

Al otro día, en el periódico, en las noticias, en la universidad, todo el mundo comentaba los nueve muertos que hubo en la huelga y manifestación en apoyo a los maestros y profesores de varias escuelas y universidades. Yo había estado tan cerca de las imágenes que captaron las fotos que ahora tenía en mis manos... El día anterior no había podido dormir profundamente. En los que se sucedieron en esa semana, tampoco.

(Continuaré con el tema «Venezuela» en otros posts)
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