La nieve, tan blanca, me trae una paz interior... Me gusta el sonido que se produce al pisarla con mis zapatos. Juego con ella como si fuera una chiquilla, pasando el pie derecho en forma de círculos, dejando huellas y volviendo a borrarlas. La aplasto bien, sueno un zapato con otro, vuelvo a hacer dibujos en la aún virgen.
La nieve, tan blanca, no se inmuta... La que se queda caprichosamente en las hojitas de los arbustos parece que lleva allí muchos días. No sopla el viento, no se mueve una rama. Está tan quieta que dan ganas de eso mismo: de tumbarla con las manos para ver cómo cae.
La nieve, tan blanca, brilla... Los días más fríos son los días soleados. Yo pensaba que no, pero ya lo he comprobado más de una vez. Es como si las nubes se fueran a otro lado para dejarle el lugar a los rayos de Sol, que en vez de calentar de arriba hacia abajo, hacen como si acapararan todo el frío que hay en el suelo, enfriándonos a nosotros también, de abajo hacia arriba.
La nieve, tan blanca, invita al silencio... Una amiga me decía hace unos años que los alemanes tenían como 4 tipos de abrigos diferentes y que a ella le parecía que eran demasiados. Pero es que cada 10 grados de temperatura ya no sirve el abrigo de 10 grados menos, o más. Una chaqueta para cuando hay 20 grados no abriga lo suficiente cuando hay 10. Y el abrigo de los 10 grados no abriga nada cuando hay 0 ("ni frío ni calor", me dijeron una vez, jijijiji) y menos aún cuando hay -10. Ya no pregunto más por qué tantos abrigos.
La nieve tan blanca, lo tiñe todo de un solo color... Por la madrugada, si está nevando o si está todo cubierto de nieve, hay más claridad en la casa. Cada minúsculo copo refleja la más insignificante luz de la calle y ésta se multiplica y se multiplica... Pareciera como si faltara poco para el amanecer.
La nieve, tan blanca, es preciosa... Los paisajes con todo nevado me fascinan. Y siempre me acuerdo de una conocida que decía que tenía familia en "Las Vegas Nevadas". Las Vegas, coma, espacio, Nevadas.
La nieve, tan blanca, es ahora mía... Pero tuve que caminar con muchísimo cuidado para no caerme, señal de que los zapatos no son los adecuados. Se camina diferente así: se apoya primero la planta del pie y luego el calcañal; los brazos no van en los bolsillos, aunque se congelen, pues deben ir rígidos, a los lados, buscando equilibrio; los pasos son más cortos, no puedo apurarme para coger el tren. Por eso me compré unas botas de regreso a la casa, apropiadas para nieve, con estrías profundas en la suela para que los resbalones sean menos, revestidas con material especial en su interior para dar calor al pie. Por poco me las pongo en la misma tienda...
La nieve, tan blanca, me encanta, me gusta, la veo y no creo que llevo en este país tanto tiempo, casi nada para otros... Y añoro una cálida playa.