lunes, 11 de febrero de 2008

Historias de Tania - Capítulo IV

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(IV)


–Muchachitas, ¿para dónde van ustedes? –esta vez las interpeladas eran Tania y otra joven parada a un metro de ella.

La voz provenía de un Lada azul de guardafangos negros que estaba junto a ellas. Tania, pensando en todo lo que le había acabado de suceder, ni se percató de la llegada del auto, bastante maltratado por el tiempo, al semáforo. La otra muchacha dijo que iba para el Pabellón Cuba. Tania murmuró que hasta el Yara.

–Monten, yo las llevo –ordenó casi el hombre estirando el cuerpo hacia su derecha y abriendo la puerta delantera–. Yo tengo una hija como ustedes y sé perfectamente lo malo que está el transporte. Una que se monte delante y la otra, atrás.

Papá Bueno inició un diálogo ininterrumpido, bueno, casi un monólogo, con la precaria situación del transporte habanero como tema. La otra muchacha intervenía a veces con cortos síes y noes pero Papá Bueno era quien llevaba la voz cantante. Tania iba recostada al asiento trasero y su pensamiento levitaba. La impotencia ante la grosera frescura de Mano Larga había logrado enturbiarle buena parte de la alegría y curiosidad que sentía respecto al encuentro con Ojos Bellos.

El motor del Lada sonaba muchísimo. Dentro del auto se convertía en un ruido ensordecedor que hacía alzar mucho la voz a Papa Bueno y, al mismo tiempo, enterrar más los intentos fortuitos de ambas muchachas de dialogar con él.

–Este cacharro... ayer el mecánico se pasó la tarde entera arreglándole un montón de cosas y mira hoy cómo se ha puesto otra vez –se lamentaba Papá Bueno–. El motor es de cuando el ataque al Morro por los ingleses pero imagínense, ¿quién puede darse el lujo de comprar uno con los salarios de miseria que se pagan en este país? Ni siquiera una junta para el block pude conseguir con facilidad. Vine a resolver con uno de Mantilla que las hace de cartón encerado pero no me dió garantías...

Como intuyendo la descarga que se avecinaba, el auto se estremeció, tosió estruendósamente, saltó con espasmos como noria de feria atascada y empezó a echar humo por la hendija del capó.

–¡El motor se me funde! –comenzó a gritar histérico Papá Bueno–. ¡Bájense, muchachitas, que se me quema el carro!

A Tania y a la otra muchacha las asaltó el pánico. Salieron del auto veloces. Menos mal que las puertas ayudaron. Corrieron para la acera mientras Papá Bueno agitaba los brazos y repartía trapazos con una mano y chorros de agua que salían de una botella plástica que tenía en la otra. Todo el revuelo duró un par de minutos. Pasado ese tiempo Papá Bueno no abría ya tanto los ojos y el humo ni se veía. Eso sí, el fuerte olor a aceite quemado invadió la calle, ambas aceras y probablemente unas dos manzanas a la redonda.

–¿Y ahora qué hago? ¡Qué embarque! Tengo que ver cómo aviso a mi mujer para que llame al mecánico y me lo mande para acá... Aquí no puedo dejarlo solo porque una de dos: o me olvido de que un día tuve carro o me lo encuentro con botellas de cerveza en vez de ruedas... ¡Ya me llevaron las gomas una vez!

–Si quiere yo puedo llamar a su casa –le sugirió la otra muchacha–. Ya no queda mucho hasta el Pabellón Cuba y puedo ir caminando. Y si quieres –siguió hablando, ahora dirigiéndose a Tania– podemos ir juntas. En el camino seguro encontramos algún teléfono.

–Muchachitas, se los voy a agradecer, pero ¿tú crees que haya alguno? Antes sí, pero ya ni eso se encuentra en esta ciudad. Y si das con uno, sería un milagro que funcionase...

Acordaron hacer como propuso la otra muchacha. Tania convino en irse con ella. Estaban a una cuadra de la calle Paseo y el alfabeto para nombrar a las calles comenzaría enseguida. Debían caminar hasta L juntas y la otra muchacha sólo una cuadra más. Ambas se despidieron de Papá Bueno no sin antes agradecerle su gesto.

–Muchachitas, no se monten con más nadie. Eviten a los desconocidos de noche que la calle está muy mala –les dijo Papá Bueno al despedirse.

La temperatura nocturna estaba muy agradable, no había ni frío ni calor. Mientras caminaban, una suave brisa jugaba a veces con los cabellos de ambas jóvenes y arrancaba ligeramente el fuerte olor que les había dejado el humo en las ropas.

–¿Eh, qué tú crees? –le preguntó a Tania la otra muchacha.

–¿Sobre qué? Disculpa... no te estaba atendiendo...

–Que si te parece bien que preguntemos en alguna casa. Todavía no he visto un teléfono y ya no nos queda mucho por caminar.

–Sí, claro, pero pregunta mejor tú, que a mí me da pena –Tania tenía su mente muy lejos de allí.

La otra muchacha abrió una reja oxidada que limitaba el jardín a su derecha, caminaron juntas hasta la puerta de la casa y la otra muchacha dió tres golpes con los nudillos. Una señora de unos cincuenta años les abrió. A los pocos minutos la otra muchacha tenía un negro auricular en su diestra.

Mientras la otra muchacha hablaba con la mujer de Papá Bueno, Tania recorrió con su vista la estancia. Al final de un largo pasillo podían distinguirse las imágenes y escuchar el sonido de un televisor Caribe. Frente a él, de lado hacia el pasillo, estaba sentado Mano Larga. Él separó su vista del televisor y la vió allí, a la putica, a unos metros de donde estaba sentado. La fulminó con una mirada amenazante, llena de miedo también.

–¡Vámonos de aquí rápido! –le dijo Tania visiblemente nerviosa a la otra muchacha mientras le estiraba el brazo en dirección a la puerta.

La otra muchacha vió en los ojos de Tania un terror indescriptible. Concluyó su conversación, se despidió de la mujer, que en ese momento regresaba de la habitación contigua, y siguió a Tania hasta la reja del jardín. Ya en la acera Tania le disparó sin signos de puntuación lo sucedido antes de llegar al semáforo donde Papá Bueno las había montado en su carro. El reloj marcaba veinte minutos para las 8:30 de la noche, hora en que Tania quedó en encontrarse con Ojos Bellos. Optó por terminarle el cuento a la otra muchacha y de paso serenarse un poco antes de llegar al Yara. Ambas se sentaron en uno de los bancos del paseo intermedio de la calle G, Avenida de los Presidentes según le insistía su padre cuando ella era una niña, pero que ella había bautizado como “mojón” al ser éste el nombre del promontorio inmutable que en cada esquina indicaba los nombres de las calles que se cruzaban. Y es que había sido en la calle G donde se había enterado de la segunda acepción de la palabra.
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11 comentarios:

General Electric dijo...

está vacilón [:o) ]

Alguna vez Tania agarro botella en una Benjomina? Ya me imagino esa historia: G arriba a medio kilómetro por hora, con la benjomina ensordeciendo a toda la avenida de los presidentes y amenazando con pararse a cada segundo. Y que tal una botella en bicicleta china? Detrás de un gordito cuyas nalgas sudadas hipnoticen a Tania con sus bamboleos en el asiento.... "y donde se metió el asiento?" - se preguntaba Tania al mirar un tubo plateado perderse entre dos lonjas de nalga que hechas bisteces habrían alcanzado para alimentar a todo Lawton en una fiesta del Comité un 26 de julio...

Aguaya dijo...

:-) :-) :-)
Frigi, cómo me he reído...

Pues sí, un capítulo con bicicleta está programado, y por supuesto las motos (ojo: variaS) no pueden faltar!!

Un abrazo!

GeNeRaCiOn AsErE dijo...

Agua, ya van llegando varios personajes costumbristas como Pap� Bueno y Mano Larga, son las peripecias del d�a a d�a botellero en Cuba. Yo recuerdo que antes de sucumbir al encanto de los pedales, cuando llegaba a la escuela y pensaba en todo lo que hab�a tenido que hacer para coger las guaguas, me daba la sensaci�n de haber vivido ya un d�a y medio... y eso que solo eran 8 de la ma�ana.
Nos vemos,
tony.

Aguaya dijo...

Ah, tony, mira que yo di pedal!!! Se me caían las alas del corazón cuando tenía que empezar a trabajar con las gotas de sudor corriéndome por la espalda...
Saluditos!

Betty dijo...

Aquí se formó la encrucijada de Tania;-)

Aguaya dijo...

Si supieran.... lo de las historias de Tania es una paradoja el escribirlas: al mismo tiempo me cuesta y no me cuesta trabajo parirlas.

Lo primero porque tengo que revisar mucho lo que escribo para darle pies y cabeza con un mínimo de sentido literario, que no es mi fuerte. Así que me digo "Isabel Allende o el Frigi las escribirían seguro mejor, pero allá va eso!" :-)

Lo segundo, porque fueron tantos an~os de vivencias de amigas, de familiares, de conocidas, de colegas, de cuentos de otros y de otras, hasta experiencias propias, que en fin, ya todo está inventado, no hay que crear mucho más ;)

Al Godar dijo...

Esto me gustó.
La de la bicicleta no estoy tan seguro que vaya a gustarme.
Va a traerme recuerdos tristes.
Saludos,
Al Godar

Aguaya dijo...

Bueno, Al, yo no puedo ver una bicicleta más..... las llegué a odiar tanto, que mi esposo tiene una pero yo ni por asomo me vuelvo a montar en una: siempre me recuerdan "los malos tiempos"...
Saluditos!!!

Betty dijo...

Están bien traídas las peripecias de Tania...hay un mundo ahí de situaciones de las que sacar, ya te digo! Por cierto, me releí ahora el comentario arriba de G.E. ¡qué bueno el episodio sugerido del gordito suculento y la Forever, muy gráfico ja,ja;-))) en diferido;-)

Betty dijo...

oye Aguaya pero no dejes que la bici-fobia esa se quede contigo, que el pedaleo a veces está bien...por la sombrita, por su senda...y sobre todo cuando no es obligao;-))) Tenía una bici No. 20 verdecita y me llevaba y me traía Reina arriba-Reina abajo, Belascoaín abajo y Galiano arriba, pero ahora cuando voy y la veo le tengo cariño a la pobre, con lo que resolvía... sino, ya sabes a pedir botella con Tania;-)

Aguaya dijo...

Betty, tú sabes que el Frigi es un maestro!!! Yo también me reí cantidad.......

De las bici... por ahora me conformo con una estática que tengo en el cuarto ;) La bici-fobia está latente todavía......

Saluditos!!