lunes, 25 de febrero de 2008

Historias de Tania - Capítulo VI

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(VI)


–Hola, linda, pensé que ya no venías –saludó Ojos Bellos a Tania acompañando el saludo con un beso en la mejilla de ella.

–El transporte... imagínate... –se excusó Tania–. Bueno, La Rosa, tú me llamas –dijo Tania dirigiéndose a su nueva amiga, que se había quedado a unos dos metros de distancia.

–OK, yo te llamo. Chao –se despidió La Rosa y continuó su camino.

–Es que calculé mal. Por la noche es más difícil coger botella... –retomó Tania su excusa ante Ojos Bellos.

–Sólo llegaste treinta y cinco minutos después de la hora acordada, no te preocupes. Yo he esperado guaguas dos horas... Ya empezaba a preocuparme pero sabía que estabas en camino: tu mamá me lo dijo.

–¿Llamaste a mi casa? Esa no era mi mamá... pero bueno, ya estoy aquí.

–Yo quería bajar al Malecón para sentarnos allí un rato pero te tengo otra propuesta. Vivo cerca, podemos ir caminando. Allí podríamos conversar más a gusto, sin gente que nos pase por al lado importunando para tratar de vendernos algo.

–Está bien, vamos –dijo Tania y comenzaron a caminar calle L abajo–. Si vives cerca seguro vienes al Coppelia a menudo, ¿eh?

–No, ya no tanto. Las colas se han puesto insoportables y eres dichosa si hay más de dos sabores el día que vienes.

Tania y Ojos Bellos caminaron hasta la calle Línea. En la esquina doblaron a la izquierda y continuaron unas cuatro cuadras más, todo el tiempo comentando algo respecto al Coppelia y los sabores de los helados.

–Es aquí, yo entro primero. No te asustes con los perros que yo los controlo –dijo Ojos Bellos al tiempo que subía la aldaba de la cerca que rodeaba la casa, ruido que alborotó a sendos dobermans de casi un metro de lomo fornido–. ¡Niño! ¡Niña! ¡Sitz!

Los caninos se sentaron en el lugar en que recibieron la orden, más que obedientes al comando vociferado con decisión por Ojos Bellos. Tania pensó unos segundos antes de entrar al jardín de la casa. Los dos animales miraban tranquilos, soltando babas por los sedientos hocicos, o eso parecía que estaban porque jadeaban como si hubieran corrido en un cinódromo.

–Es que el calor los mata. Mi hermano los entrenó en Alemania y no se acaban de acostumbrar al trópico –comentó Ojos Bellos al ver que Tania no pestañeaba mirando a los canes–. Ven, pasa, no te harán nada mientras yo esté aquí.

–¿Y quién les puso esos nombres? –sonrió Tania.

–Yo mismo. Son los niños de la casa –respondió Ojos Bellos cerrando la reja tras sí.

Caminaron bordeando la casona por su izquierda hasta que apareció una puerta trasera, “quizá la de los criados en otros tiempos”, pensó Tania.

–Este es mi refugio –dijo Ojos Bellos–. Mis padres viven en la parte de alante de la casa. Aquí no me molestan sus discusiones ni las viejas chismosas amigas de mi mamá...

Entraron a lo que se presentaba como una habitación muy acogedora, con cuadros exóticos colgados en dos de sus paredes, una pequeña cocina en una esquina, una puerta de lo que parecía ser el baño por la franja de azulejos verde claro que se divisaba, una mesa antigua con patas torneadas delicadamente, una cama redonda ubicada en el mismo centro de la habitación y una armadura metálica de caballero europeo de la Edad Media, con casco y penacho, peto, hombreras y hasta rodilleras en perfecto estado de conservación. En ella detuvo su mirada Tania, extasiada.

–Te gusta, ¿eh? Es antiquísima. Vale mucho pero pesa más que un Buick del 53. Eso no es lo mejor de este cuarto –dijo Ojos Bellos levantando una parte del colchón–. Mira estas dagas de lámina dorada. Son mis preferidas.

Tania se fijó en las empuñaduras decoradas con, seguramente, las primeras piedras preciosas que veía en su vida. Simplemente: dos armas blancas hermosísimas, afiladas, mortales. Ojos Bellos soltó el colchón y le indicó con un gesto a Tania que se sentara en la cama. Él se acomodó en el otro extremo de la circunferencia y comenzó a teorizar acerca de los materiales con que estaban construidas las dagas, puñales y armaduras caballerescas que conocía. Tania lo seguía muy atenta, impresionada por los interesantes datos históricos pero sin dejar de pensar en las dagas. A veces oía a Niño y a Niña alertar al vecindario entero, a su forma, de unos gatos que registraban la basura intranquilos.

Cuando el tema de conversación había cambiado unas tres veces, Ojos Bellos se aproximó a Tania corriendo su cuerpo hasta el centro de la cama. Quedó a escasos centímetros de la muchacha.

–¿Quieres que te confiese algo? Hace muchísimo tiempo que no converso así con una mujer. Casi todo el tiempo he hablado yo, cosa rara. Qué agradable tenerte aquí ahora –dijo bajando la voz, susurrando las últimas palabras.

Tania sonrió. Era la primera vez que un hombre no se le tiraba arriba desde el primer momento a solas. Había estudiado muy bien cada gesto de Ojos Bellos, la melodía de su voz, el color de sus ojos, la forma de sus brazos, “¡qué manos tan masculinas!”, su mirada a veces esquiva. Ella se le hubiera tirado encima a él de tener el chance, para comérselo lentamente, disfrutando cada pedacito de su cuerpo como solía hacer con los plátanos maduros fritos, estirándolos al máximo para que no se le terminaran. Los mejores eran los que se pegaban al plato, que se rehusaban a ser comidos, aumentando así las ganas de Tania de devorarlos. Qué hambre de hombre le estaba entrando... Pero no dejaba de pensar en los dos estiletes, en las peligrosas armas que estaban allí, justamente debajo de sus cuerpos, al alcance de la mano...
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4 comentarios:

GeNeRaCiOn AsErE dijo...

Coñoo, Tania está metida en tremendo duelo con el Mr. Colisable de ojos (verdes) digo ;) bellos... , pero me cuadra que el socio le haya dado su tiempo, que guarde su distancia porque la fruta madura es ‘casi siempre’ siempre la mas deliciosa.
Bárbaro con la narrativa, mi socia.
Saludos,
tony.

Aguaya dijo...

Saluditos, Tony!!

Jajaja, me reí cantidad con eso de "Mr. Colisable" :)))))

Hmmmm, fruta madddddura.....

Al Godar dijo...

Aguaya:
Escribes bien.
Escribes cosas creibles.
Como si las hubieras vivido tu misma.
Saludos,
Al Godar

Aguaya dijo...

Gracias, Al!
Bueno, como dije al principio, todas las historias tienen algo de realidad. Esta de hoy me recuerda a una buena amiga...
Saluditos!